La Consejera de Educación de la Junta de Andalucía tiene una responsabilidad inmensa: no solo gestionar recursos, sino también marcar el tono del respeto institucional hacia quienes sostienen el sistema educativo público. Lamentablemente, el profesorado interino no está recibiendo el trato ni el reconocimiento que merece por parte de la administración. Esta falta de respeto se manifiesta en declaraciones públicas que minimizan su labor, en decisiones políticas que los tratan como mano de obra temporal prescindible y en un sistema de adjudicación que genera precariedad, ansiedad y desarraigo.
Y lo que es aún más grave: el desprecio desde arriba se filtra hacia abajo. Cuando una Consejera trata a los interinos como personal de segunda, ese mensaje cala en los equipos directivos, en las familias, en los compañeros fijos, e incluso en el propio alumnado. Así, se normaliza un ambiente donde el interino debe demostrar constantemente su valía, como si su condición administrativa le restara valor pedagógico.
El interino: columna vertebral silenciosa del sistema educativoEn Andalucía, miles de maestros y maestras interinas han sido durante años —y siguen siendo— el sostén de la educación pública. Cubren vacantes estructurales año tras año. Enseñan en colegios de difícil desempeño, en zonas rurales, en centros de difícil cobertura, sin rechistar. Muchos se adaptan en días a nuevos equipos, nuevas programaciones, nuevos entornos sociales y educativos. Y, sin embargo, lo hacen con vocación, entrega y una profesionalidad que no tiene nada que envidiar a quienes tienen plaza fija.
La figura del interino no es la de alguien “de paso”. Es la de un profesional plenamente cualificado, que ha aprobado procesos selectivos, que ha superado filtros burocráticos, y que se forma constantemente para atender a una realidad educativa cambiante. Es, de hecho, alguien que mantiene vivo el sistema mientras la administración no convoca las oposiciones necesarias o no estabiliza las plazas que ya son estructurales.
Una situación que genera inestabilidad… solo para los mismosLa Junta de Andalucía lleva años conociendo la realidad de las bolsas de trabajo, el envejecimiento de las plantillas, la falta de cobertura en determinadas especialidades y provincias. Y, aun así, decide actuar con lógica puramente mercantil: sustituir interinos como si fueran piezas intercambiables en lugar de reconocer que muchos de ellos llevan años demostrando que son parte imprescindible del engranaje.
¿Es coherente predicar sobre la calidad educativa mientras se mantienen en la precariedad a quienes están en primera línea? ¿Se puede hablar de estabilidad del sistema cuando cada septiembre cientos de interinos no saben si trabajarán, dónde, ni hasta cuándo?
La precariedad no solo afecta a los docentes, sino que se traslada a los centros, al alumnado y a las familias. ¿Cómo se consolida un proyecto educativo si quienes lo sostienen no tienen continuidad? ¿Cómo se construye comunidad si la rotación y la inseguridad marcan el día a día del aula?
La trampa del mérito: ¿de verdad se valora?Mucho se habla de mérito y capacidad. Pero cuando llega la hora de estabilizar, se ignora la experiencia real en el aula, la capacidad de adaptación demostrada año tras año, la entrega en condiciones adversas. Se olvidan los años en los que los interinos sostuvieron el sistema cuando otros no querían ir a determinados destinos, o cuando la pandemia exigía flexibilidad total.
El mérito no está solo en un examen puntual, sino también en la trayectoria. La ley de estabilización nació precisamente para reconocer eso: que hay personas que han demostrado, con hechos y no con palabras, que son tan necesarias como cualquier funcionario de carrera.
Una cuestión de justicia y de respetoRespetar al interino no es solo una cuestión administrativa, es una cuestión moral y política. Es reconocer que el sistema público no se puede sostener sin ellos. Es entender que detrás de cada nombre en SIPRI hay una vida, una familia, un compromiso. Es asumir que la dignidad laboral no debería depender de una plaza fija, sino del valor del trabajo realizado.
Y sobre todo, es saber que lo que la Consejería siembra con desprecio, lo recoge en desmotivación, en fuga de talento, en centros sin continuidad. Una educación pública fuerte necesita trabajadores respetados, valorados y escuchados, no cuerpos olvidados de usar y tirar.
Conclusión: un cambio de enfoque urgenteLa Consejera de Educación, y con ella toda la Junta de Andalucía, debería ser la primera en alzar la voz para dignificar al profesorado interino. No solo por justicia, sino por pura coherencia con el discurso de defensa de la educación pública.
Porque un sistema que no cuida a quienes lo sostienen, está condenado a erosionarse desde dentro. Y en ese deterioro, pierden todos: docentes, familias, centros… y, sobre todo, el alumnado.
Ya es hora de que la administración mire de frente a sus interinos y reconozca en ellos lo que realmente son: maestros y maestras de pleno derecho, sin etiquetas ni apellidos, con el mismo derecho al respeto que cualquier otro compañero.