Un alegato en favor de la competencia monetariaFree market moneyMadrid, 9 Enero 2012 (Análisis GoldMoney) – La competencia en el mercado monetario es hoy en día casi un mito, casi olvidado, una especie de leyenda de la economía liberal clásica condenada a ocupar un espacio marginal en los libros de historia. Casi ningún estudiante de economía ni siquiera sabe que la competencia entre distintos emisores de billetes fue la norma y no la excepción durante muchos años. Lo que es aún peor, casi nadie se preocupa ya por ello, dando por hecho que el dinero del banco central es el único posible o, a la luz de los desastres monetarios y financieros vividos desde 2007, el menor de los males posibles. Ello no sólo supone una verdadera pérdida intelectual para quienes son o quieren terminar siendo economistas, sino también la desaparición del debate público de lo que es de hecho una autentica excepción y anomalía en el funcionamiento de una economía de mercado. Intentaré paliar, si bien muy modestamente, esta atronadora ausencia.
El dinero no es lo que el Estado sancione como tal. Siguiendo al economista austriaco Carl Menger, el dinero es una propiedad, una cualidad de los bienes . De hecho, el dinero ha sido siempre, y sigue siendo, todo bien que nos sirve para (1) realizar transacciones y (2) atesorar y conservar el valor de parte de nuestra riqueza. A lo largo de siglos, diría mejor milenios, la práctica comercial cotidiana ha ido seleccionando naturalmente los bienes que mejor cumplían ambas funciones. Primero lo fueron los bienes más necesarios y de uso general, como el ganado, el grano o la sal; luego, ya fuera por sus altos costes de transporte y de almacenamiento, ya fuera por su escasa durabilidad e imposibilidad de ser fraccionados en pequeñas unidades, los comerciantes y consumidores fueron optando por los metales preciosos por su facilidad para transportar valor de pago en el tiempo y en el espacio, con el menor coste posible. Eran, en definitiva, medios eficientes para liquidar operaciones y deudas, así como conservar riqueza; lo que F. Hayek, siguiendo a Menger, entendía como una elevada dinerabilidad de estos bienes, en alusión a su elevada liquidez.
Por supuesto que los Estados regularon la fineza y peso de las monedas y las acuñaron, y claro que recibían un beneficio por ello (el llamado señoreaje de emisión). Pero esto no implica que sea el único que pueda emitir dinero. Con la sustitución de las monedas metálicas por el papel moneda el Estado encontró en el monopolio de emisión de billetes una fuente privilegiada de financiación. Y lo hizo declarando los billetes del banco central como los únicos billetes de curso legal, una cláusula que eliminaba de raíz toda posibilidad de competencia. Los gobiernos de turno habían encontrado una cómoda manera de obtener ingresos a través del aumento de la emisión de billetes del banco central (lo que multiplicó su señoreaje de emisión).
Ahora bien, ha habido muchos ejemplos exitosos de competencia monetaria a lo largo del siglo XIX tanto en Escocia, como en Suecia y Australia (entre otros casos). Por regla general, los emisores encontraron beneficioso para todos ellos la aceptación de los billetes de la competencia, billetes que luego presentaban en el banco emisor correspondiente para ser canjeados por la moneda de reserva (en su mayoría, el oro). Por la vía de los hechos, ello fue creando auténticos clubes de bancos emisores de billetes privados que funcionaron bastante bien, dado que desarrollaron instrumentos que favorecían la circulación y el mantenimiento del poder de compra del dinero. Uno de estos instrumentos esenciales fue la compensación regular y organizada de sus saldos (acreedores y deudores) en las llamadas “cámaras de compensación bancarias”. Si un banco sobre-emitía billetes, éstos llegaban rápidamente a las ventanillas de la competencia, quienes podían acudir con celeridad a dichas cámaras para entregar ese exceso de billetes a cambio del oro correspondiente. La caída de las reservas del banco sobre-emisor pronto detendría esa política de exceso de emisión. La fiabilidad y eficacia de este mecanismo corrector de la inflación monetaria dependía de la rapidez con la que el banco imprudente sufría la merma de sus reservas, consecuencia de su excesiva emisión de medios de pago. Si bien es cuestionable que en el siglo XIX los mecanismos de liquidación de los saldos entre los bancos podían ser más o menos rápidos, en la actualidad el desarrollo tecnológico podría hacerlo en tiempo real, lo que disuadiría de la práctica de políticas imprudentes o excesivamente arriesgadas.
En ese hipotético mercado de concurrencia de emisores de dinero, la propia competencia del mercado limitaría las emisiones de los oferentes, dado que los usuarios sólo aceptarían las monedas y billetes con probado poder de compra a lo largo del tiempo. En definitiva, es la cláusula de curso legal lo que está impidiendo la sana competencia en este ámbito y nos condena a un mercado gobernado por procedimientos no competitivos.
Juan Castañeda