Esta es la historia de un niño llamado Ernesto, es la historia de alguien que recuerda su niñez pues hoy, ya es un hombre, una persona adulta que aún no alcanza la treintena de años.
Ernesto, como muchos niños de su edad, jugaba en los recreos con sus amigos y amigas pero sobre todo, soñaba con ser jugador de fútbol o jugador de baloncesto, deporte el del baloncesto que conoció gracias a su querido maestro de tercer, cuarto y quinto curso de lo que se llama Educación General Básica o E.G.B., letras que repetía como "un loro" sin saber lo que significaba realmente.
Ernesto, era un amante, un apasionado de jugadores de fútbol como un tal "Buitre" o un tal "Hugo", sobre todo de este último que llevaba el número nueve en su espalda blanca como la nieve pues era así la camiseta del equipo al que tanto seguía Ernesto en esa época. Este niño creció al lado de esos sueños, al igual que con otros que recuerda perfectamente, como esos cromos que juntaba para sus "album" intercambiándolos con sus amigos, sobre todo, con un chico algo mayor que él que era vecino suyo, hermano de una niña de la que decían era la "novia" de Ernesto, más que nada porque esa niña siempre estaba al lado de él, hacía las tareas del colegio juntos, merendaban juntos o bien en casa de Ernesto o de ella, sobre todo porque les encantaba ver las aventuras de una niña de pelo negro, falda roja y chaquetilla de ese color y camisa amarilla que destacaba sobre todo por sus mofletes colorados como el tomate y que era muy amiga de otro niño pastor que siempre decía eso de "¡cáscaras!" y claro, cada vez que lo decía Ernesto y su amiga no paraban de reir por lo gracioso que les resultaba.
También Ernesto era un niño que tenía dos ídolos muy claros: su padre y su abuelo, el padre de éste aunque su madre y la madre de ella no se quedaban nunca atrás pero ellos dos parece que siempre le marcaban un poco más la senda que debía seguir en la vida o al menos, eso siempre le parecía aunque a decir verdad, se recuerda a Ernesto como un niño que siempre daba besos a todos y no sólo de buenas noches sino a todas horas del día, también le encantaba jugar con la hermana que tenía, mayor que él pero para él siempre ha sido su gran apoyo, a poco que ella estaba quieta, Ernesto siempre se acercaba a ella para darle besos, para hacer caricias a su "querida hermanita" como él siempre decía.
Ernesto era un niño despierto, cariñoso, juguetón, avispado para algunas cosas pero no para todas, pues en la escuela no era muchas veces querido por sus amigos simplemente porque él se veía diferente a los demás, hasta que los padres de sus amigos, les decían a ellos lo que pasaba realmente con él y entonces, recibía la ayuda de los demás y no sólo de los maestros pero a decir verdad, a veces esos niños le gastaban bromas pesadas, demasiadas pero él, seguía resignándose a su suerte y no era otra que seguir soñando mientras crecía y crecía y así, gracias a su maestro de tercero, cuarto y quinto curso de E.G.B. empezó a imaginar historias, unas historias increíbles como aquella donde soñaba con ser ciclista o aquella donde escribió algo sobre el pueblo donde siempre había vivido o a la virgen de ese pueblo y muchas más historias como una redacción que hablaba de la historia de cuatro mapaches u otra donde relataba que era para él los deportes y el juego.
Ernesto fue creciendo y a pesar de todo, la adversidad se fue tornando en algo que cobraba vida propia, que cobraba demasiada fuerza, él sentía que se hacía popular entre los niños de su clase hasta que ya, no siendo tan niño sino un pre-adolescente de trece años, decidió que debía imitar a gente de la tele y jugar a que era como aquellos que daban voces, que gritaban en un sitio donde había mucha gente siempre y él sobre todo se acordaba de un hombre de pelo negro, que hablaba para él "un poco raro" pero le parecía gracioso, tenía canas pero pocas pero eran muy llamativas a ambos lados de la cabeza, sí, justo en las sienes y era muy popular en todo el país y se acuerda cómo decía cosas de "y por consiguiente" o algo así y claro, él no paraba de imitarlo, quizás porque siempre en su casa se leía una cosa llamada "periódico" y se veía sobre todo el telediario en el único canal que por entonces había, canal que le gustaba sobre todo los días en que jugaban "los de blanco" porque era cuando se iba a la cama más tarde pero claro, también porque cada vez que marcaba gol ese tal "Hugo" daba una voltereta que no dudaba en intentar imitar como si él estuviera en el campo, tanto es así que ¡el volumen de la tele se ponía al máximo¡ y él decía a su mamá: ¿por qué siempre que vemos el fútbol está en el número ocho?, ¡el número ocho¡, eso era el máximo nivel de volumen que alcanzaba la televisión y su madre le contestaba: "Ernesto, hijo...¡porque no paras de dar voces¡" y así pasaron los años hasta que este niño de ayer sea el hombre que ya es hoy.
Espero que os guste el relato.
