Quisiera haceros partícipes de un sentimiento que ha vuelto a mí, tras muchos años, esta mañana.
Hoy, mi hija de poco más de un año (cumplido en noviembre), nos ha descubierto desde su parquecito a mi mujer y a mí poniendo el Árbol de Navidad por primera vez ante sus ojos. La mirada atenta, sin pestañear, observando cada gesto, cada palabra y cada objeto que hemos puesto en el árbol. De repente y tras una falsa impresión de que hemos parado de colocar cosas....¡se hace la luz en el árbol! La chiqui abre la boca con gesto sorprendido, sonríe después para, al final, aplaudir y "hablarle" al arbolito recién colocado.
Al ver a mi hija así expresarse, de forma espontánea, inocente, sincera, se me han saltado las lágrimas. Unas lágrimas que, además del natural orgullo de padre, me devuelven la esperanza en la inocencia y buen fondo de los seres humanos; hacer sonreir, tan complicado aparentemente, puede ser tan sencillo si tras nuestras acciones se trasluce sinceridad y altruismo.
Hoy, 8 de diciembre, mi hija me ha hecho recordar qué es la Navidad en mi vida.