Por qué no saldremos de la crisis
Joaquín Almendros Mansanet - Sábando, 27 de Agosto
Supongan un poblado primitivo totalmente rodeado por una empalizada, con una puerta. Todos los productos y servicios que consumen sus habitantes pueden provenir de dentro de la empalizada o de fuera, lo que distingue dos tipos de comercio; el interior –un vecino le compra al alfarero dos platos a cambio de cuatro kilos de tomates de su huerto- y el exterior -alguien solicita los servicios de un sastre ambulante, que ha entrado por la puerta, y los paga con una gallina de su corral, que terminará saliendo por la puerta, cuando se marche el sastre-. En la puerta se cumple una ecuación: “El valor de lo que entra es igual al valor de lo que sale”. En un poblado no tan rimitivo, en el ya hubiesen aparecido el dinero y los bancos, la ecuación de la puerta, seguiría siendo válida añadiendo un nuevo componente: la financiación, que definiremos como positiva, si se necesita crédito o negativa, si se produce ahorro.
La ecuación la enunciaríamos ahora como: “El valor de lo que entra es igual al valor de lo que sale más la financiación”. Esta expresión sirve para cualquier ente económico desde este poblado no tan primitivo, hasta nuestros días, sea un particular, una empresa, un país o una comunidad de naciones.
Si Usted, querido lector, gastó 1200 € el mes pasado y solo cobró 1000 €, usó 200 € que tenía ahorrados, o los sacó del crédito de la tarjeta. Si ha comprendido esto, comprende cómo funciona cualquier tipo de estructura macro económica.
A la diferencia entre lo que sale (exportaciones) y lo que entra (importaciones) por la puerta de la empalizada, se le llama balanza comercial. A nivel de país estamos en el primer lugar del mundo –el peor- en déficit comercial por habitante (unos 2.200 € para 2.008), aproximadamente el doble que nuestro inmediato seguidor EEUU. Esto significa que para mantener nuestro tren de consumo, cada español (desde los recién nacidos hasta los mayores de 90 años) ha necesitado, de media,
un crédito de 2.200 €, que nos han dado nuestros bancos que, a su vez, lo han pedido a inversores extranjeros. Por otro lado, más del 63% de las familias dedica más del 40% de sus ingresos a pagar gastos financieros es decir, a devolver créditos de todo tipo.
Esta situación no es sostenible por motivos evidentes: no se puede vivir endeudándose cada día más y más (aunque alguien piense que esto es justo lo que hemos estado haciendo hasta ahora, en algún momento tenía que parar, y ese momento ya ha llegado). ¿Y ahora qué? Pues ahora va a pasar lo siguiente: la desaparición del crédito va a forzar una reducción de nuestro gasto que podemos
dividir en dos partes, la que mencionábamos antes correspondiente a pagos financieros, y el resto. Como las entidades financieras son las que mayor fuerza de cobro tienen, esa parte de gastos va a ser la primera que cubriremos, por tanto la reducción será sobre los gastos no financieros que, a su vez, podemos dividir en gastos imprescindibles y los que no lo son, primero recortaremos las grandes
compras no imprescindibles, como segunda residencia, cambio de vivienda, e incluso primera vivienda optando por el alquiler, vehículos y viajes, luego muebles, electrodomésticos, lujo y equipamiento del hogar, después ocio, ropa, suministros y comida.
La situación anterior va a provocar, a su vez, una reacción en cadena porque la merma del consumo tiene una consecuencia directa sobre el empleo, que producirá más caídas de ingresos y mayores reducciones de consumo, en una espiral autoalimentada. Como derivada de esta situación, las cuentas públicas van a sufrir un doble ataque: de reducción de ingresos al disminuir la recaudación de
impuestos, y de aumento de gastos, al incrementarse las prestaciones por desempleo.
Esto es lo que se define como una depresión. El calado que tendrá es difícil de precisar pero aquí en España la sufriremos, probablemente, con una de las mayores intensidades de los países desarrollados, precisamente por el lugar del que partimos: un endeudamiento record y un déficit comercial record también.
Podríamos llegar a una insolvencia del estado –solo es cuestión de tiempo-, teniendo que congelar los salarios de funcionarios, luego de pensionistas, después comenzar a retrasar las fechas de pago… o, alternativamente, meter la mano en la caja de la Seguridad Social y seguir gastando mientras se pueda, como si no pasara nada. Ya sé que suena fuerte, pero no hay a la vista ningún elemento que sugiera que la actual tendencia de empeoramiento va a cambiar, sino todo lo contrario.
Por tanto, dentro de seis meses no estaremos mejor, sino peor que hoy, y en otros seis meses más, otro tanto… El camino de salida pasa necesariamente por:
· Reactivar el comercio interior
· Invertir la balanza comercial
El primero de ellos se conseguiría fácilmente incrementando el consumo de productos nacionales. El segundo es, en una parte, consecuencia inmediata del primero ya que, si consumimos más producto nacional, necesitamos importar menos producto extranjero, lo que actúa sobre la balanza comercial en el sentido conveniente, la otra acción posible sobre la balanza consiste en incrementar nuestra productividad (ser más competitivos de forma que nuestros productos se vendan mejor fuera de lo que lo hacen ahora –llevamos varios años consecutivos perdiendo productividad a un ritmo imparable-).
Ahora que ya intuimos el futuro cercano, y conocemos la forma de salir del pozo, sólo cabe preguntarse cuándo vamos a hacerlo. Bueno, pues no vamos a salir. Con ello no quiero decir, obviamente, que dentro de cien años estaremos igual que ahora, simplemente no vamos a salir como espera la gente, pasando ciertas penurias durante un tiempo razonable y luego remontando otra vez y aquí no ha pasado nada.
Me temo que no va a ser así. Las penurias van a ser mucho peores de lo que esperamos y el tiempo de recuperación también mucho más largo. Hay dos mecanismos de actuación muy sencillos que producen, a la vez la reactivación del comercio interior y la mejora de la balanza comercial y, además,
son de efecto inmediato, notaríamos su influencia en cuestión de días, (aunque también tienen efectos secundarios, en nuestro caso sería mucho menores que los beneficios que producirían):
· Devaluar la moneda y/o
· Aplicar aranceles comerciales Dos panaceas, dos varitas mágicas… que no podemos usar.
Mientras estemos en el Euro no podremos devaluar y perteneciendo a la UE, no podremos aplicar aranceles a China, que constituye el mayor problema para nuestra industria. Una opción sería
abandonar el Euro, otra denunciar el “Acuerdo de cooperación económica y comercial entre la CEE y China”. No creo que ninguno de nuestros políticos actuales sea capaz de asumir el estigma que supondría ser “el que nos sacó del Euro” y en cuanto a denunciar el tratado, es algo que no conviene a Alemania de ninguna manera, porque su saldo con China le es favorable.
Así que, por aquí no vamos de momento –digo de momento porque la situación se percibe ahora de manera muy distinta a como la veremos a finales de este año o medianos del siguiente-. Hay otra posibilidad: ser como Alemania y tener una industria puntera. Pero eso no ocurre por generación espontánea, ni se consigue regalando bombillas de bajo consumo, ni dinero a los ayuntamientos para que tapen baches y aseen jardines.
Por haber, también hay salidas en el espectro de la ciencia-ficción, como que en el CERN descubran algo que permita la colonización de otros planetas y eso lo reactive todo.
En resumen, prepárense para ver deteriorarse la situación económico-social, hasta que se haga tan insoportable que las medidas más dramáticas sean bienvenidas -lo cual tampoco implica necesariamente que entonces tengan utilidad-.
NOTA: escrito el 16/02/2009