Pata Negra
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« Respuesta #2 : 12/Ago/2011~18:50 » |
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Una reflexión en consonancia, y no menos didáctica. Se hace tras la reciente (y calentita) mini-insurrección en Londres y otras ciudades británicas.
Tiendacalipsis, el apocalipsis del consumo.
Así que ha llegado hasta esto. Allá fuera los destellos de las sirenas vienen y van cada pocos minutos. Mi calle es una de las silenciosas. Los saqueos se retringen a las zonas de las grandes marcas comerciales.
La ironía aquí es tan gruesa que podría curar la anemia. Londres invadida por saqueadores que rompen ventanas y rasgan postigos para correr hacia la noche con los brazos llenos de pantalones de chándal, reproductores de DVD y pantallas planas de televisión. Las calles están sembradas de perchas.
¿El aparente punto de ignición de este desorden generalizado? El asesinato de un joven llamado Mark Duggan en Tottenham, en el norte de Londres. Fue disparado por la policía en lo que podría ser descrito generosamente como un incidente opaco en el que hubo un intercambio de disparos que quizá involucró, o quizá no, policías disparándose accidentalmente los unos a los otros y echándole la culpa a él. La gente que está destrozando tiendas de deportes y de componentes electrónicos probablemente no conoce ni su nombre. Están demasiado ocupados, en palabras de esta chica, “recuperando [sus] impuestos”. Con la muerte de Duggan lo bastante fresca como para poder ser esgrimida como causa, los disturbios podrían ser explicados de algún modo como una forma de protesta, una erupción vitriólica de la juventud desencantada que habita los distritos más pobres de esta ciudad, juventud que lucha para encontrar un lugar en una sociedad que no suponga practicar sexo oral en andenes de tren en desuso o apilar estanterías en Tesco.
¿Y cómo se manifiesta este sentimiento en contra del establishment? Mediante lo que sólo puede ser descrito como un violento salir de compras. Arrasándolo todo en las comunidades en las que crecieron, manifiestan su propia frustración ante una falta de compromiso, de responsabilidad, sobre las tiendas y negocios que proporcionan empleo en su área. Destrozan y agarran los objetos de lujo que son supuestamente el fruto final de todo el proceso de trabajo, esfuerzo y escalada social que nuestra sociedad pone en un altar y santifica. El gran gesto de desobediencia de su generación es un acto sincero de capitalismo consumista al estilo occidental, puro e íntegro, auténtico y directo desde las amígdalas. Toma todo aquello sobre lo que puedas poner tus manos para ti, dañando al resto de ciudadanos en tu impunidad. No son inhumanos, no están confusos, no están equivocados: Son nosotros, sólo que lo están haciendo aquí, y sin ningún sentido de la ironía. Protesta 2.0, estilo Londres.
En El Cairo durante la revuelta, era la juventud egipcia la que encadenó sus brazos para proteger el Museo de Antigüedades, la herencia cultural de su larga y respetada historia. Aquí en Londres, si alguno de estos chicos ha estado en un museo, fue después de ser arrastrado allí a la fuerza durante algún viaje escolar. Esto es, si es que su escuela todavía tenía suficiente presupuesto o siquiera le quedaba alguna asignatura que trate sobre cosas de las que te puedes encontrar en un museo. En aquella excursión, recorrieron penosamente los vestíbulos, inspeccionando ocasionalmente los polvorientos artefactos del pasado con ojos apagados. Después de todo, con un smartphone que tiene wi-fi y juegos interactivos a todo color, con Twitter, con Facebook, con Bebo, Myspace, Blackberry Messenger y YouTube, ¿cómo demonios se supone que un museo va a mantener la atención de un joven a no ser que se le haya enseñado a respetar y apreciar un paulatino despliegue de belleza que resulta directamente proporcional a la atención que uno presta? Esta gente ha sido desde joven objetivo del marketing. Han sido acicalados de maneras más insidiosas que las tácticas del pedófilo de ojos más hambrientos. Su sentido del yo, su propia existencia, ha sido mediada por la economía para la que la escuela les ha preparado.
Desde tonos personalizados al Gran Hermano de Famosos, todo posible acto en el que se involucren o emancipen como individuos ha sido para ellos una transacción comercial. Cada sub-cultura se convierte en un sector económico. Todo lo que se les enseñó sólo estaba en su vocabulario debido a su utilidad para la “economía del conocimiento”. ¿Quién necesita conocer la historia o los hechos cuando está Wikipedia? ¿Quién necesita matemáticas cuando hay una calculadora? ¿Quién necesita saber escribir a mano y deletrear cuando hay Microsoft Office y su comprobación ortográfica? ¿Quién necesita clases de arte o de música si en el mercado no hay demanda para estas habilidades?
Han sido criados como consumidores, no como ciudadanos. Los consumidores tienen artilugios. Los consumidores tienen el respeto del gobierno y de los negocios porque su dinero celosamente guardado (y codiciado) es lo más cercano a las llaves del reino que poseerán jamás. Incluso la educación universitaria que sus padres recibieron de manera gratuíta o por 1000 libras al año les costará ahora 9000 libras al año si es que pueden llegar a una universidad con el escaso conocimiento útil que el estado les permite a cambio de los impuestos de sus padres. Después de todo, ¿acaso no necesitamos la competición para llevarle los mejores resultados al consumidor?.
Con la oportunidad de tomar las calles en sus manos, salen a la fuerza como consumidores, no como ciudadanos. Su protesta es contra su falta de poder adquisitivo para consumir, contra su carencia de una televisión de pantalla plana, contra la entrometida necesidad del gobierno de sacarles impuestos por servicios de los que nunca se beneficiarán. Son la encarnación más pura de nuestro libre mercado, de la ideología consumista. Están compitiendo contra la ley para obtener los mejores resultados que un consumidor jamás podría esperar obtener, que es obtener algo a cambio de nada. Y están ganando.
Mientras los expertos continúan frotándose las manos durante unas semanas en pantalla, mientras el Parlamento debate otorgar los inevitables poderes policiales de emergencia que llevarán los cañones de agua y quizá incluso balas de goma a las calles de Londres, estos consumidores se sentirán como en casa viéndolo todo en sus nuevas televisiones, calentitos y cómodos con sus nuevos chándals. Estarán reabsorbiendo la narrativa de su actividad a través del mundo mediado que hemos creado para ellos, un mundo que aún carece de un sentido de comunidad genuína, de un sentido del trabajo productivo, de la justicia social, de la equidad, o de la igualdad.
Nuestro gobierno censura la violencia en las calles de Brixton, Tottenham, Lewisham, Camden, Woolwich, Croydon y Birmingham mientras recauda impuestos para guerras en Afganistán, Iraq y Libia. Nuestro teniente de alcalde se encuentra disgustado por el saqueo de componentes electrónicos en Curry’s, componentes que han sido fabricados a cambio de salarios de esclavo en factorías en China en las que es habitual el abuso y los suicidios entre los trabajadores, porque ese tipo de rendimiento es más “eficiente” (léase “barato”) que producir cosas nosotros mismos pagando un sueldo digno al trabajador. ¿Cómo osan abrirse camino a un supermercado de Tesco y robar comida, mientras Tesco tiene un margen de beneficios anual de 2 millones de libras al tiempo que abre a propósito tiendas “express” cerca de tiendas de alimentación vecinales exitosas, arruinándoles mediante tácticas diseñadas para superar las objeciones de las zonas en las que se instalan? ¿Cómo pueden hacer arder los pubs? ¿Qué hay más malicioso que esto? Estos pubs venden cerveza de conocidas marcas que compran cebada de países arruinados por el hambre mientras que nuestro gobierno bala sobre la ayuda humanitaria. ¿De dónde proviene este canibalismo saqueador? De hecho, ¿dónde podrían haber aprendido estos saqueadores idiotas todo ese tipo de ideas?
¿Se filtraron tales pensamientos malvados en sus mentes mediante osmosis? ¿Están poseídos por el Diablo? ¿O es que crecieron en hogares rotos en urbanizaciones en decadencia, rodeados por los despojos de lo que la “creación de riqueza” deja atrás, soñando con una salida? ¿Es que condujo el sistema financiero de este país basado en la deuda a sus padres a trabajar en largos turnos de horas irregulares para adaptarse a nuestra cultura 24-horas, dejando sus niños en manos de la niñera y pacificadora favorita de todos, la televisión? Cuando a Mamá le recortaron las horas en Tesco tras poner las máquinas de pago automático, ¿será que tuvo Mamá que coger un segundo trabajo para compensar las pérdidas?
¿De qué manera adquirieron estos jóvenes una combinación tan estrafalaria de odio y de lealtad a las marcas? ¡De qué manera!
Acerca del origen de este inesperado derrame de violencia, el establishment sólo tiene que echar una ojeada al pasado reciente. La disensión en este país ha probado todos los métodos posibles para reclamar el poder. Marchamos contra la invasión de Iraq, y fuimos millones. Marchamos, hicimos peticiones, y protestamos contra la guerra, contra los recortes en gasto social, contra la privatización, contra el mafioso capitalismo de compinches, contra las ayudas a los bancos, contra la globalización, contra los recortes de impuestos a las grandes corporaciones, contra la destrucción del empleo, contra practicamente todo lo que queríamos que cambiara. ¿Y cambió alguna maldita cosa? ¿Hizo que nuestro gobierno dejara de hacer lo que fuera que les apeteciera en cada momento? No, joder, no. Incluso conseguimos votar contra los grandes partidos políticos en las últimas elecciones, ¿y qué pasó? Que dos de ellos se aliaron para estar juntos en el poder, ambos mejor que ninguno.
En respuesta al último montón de medidas de austeridad, los estudiantes salieron y protestaron por una causa, en masa. Se puso turbio, pero vaya, no como lo que pasa ahora. ¿La respuesta? Alegre enfado del poder, y cero compromiso con las demandas de la vox populi.
Así que ahora, después de que la consciencia pública de este país haya explorado todas y cada una de las posibilidades en su esfuerzo por hacerse oir, hemos llegado hasta aquí. Cada una de esas urracas ladronas que hay en las calles de Londres esta noche se está llevando consigo una pieza de nuestra humanidad colectiva. La frustración de no ser escuchados, que es incluso peor que el no ser oídos. La rabia ante un sistema que funciona aislado, al que no se puede hacer responsable, que no responde y que es fundamentalmente antidemocrático. La soledad de carecer de una comunidad, de familias que trabajan incesantemente para cumplir con sus obligaciones mientras que el alza de la marea ahoga a todos los que no tienen un yate. La disonancia cognitiva de tener un Primer Ministro millonario que nos dice que estamos juntos en esto antes de volar a los Emiratos Árabes como representante de ventas de UK Plc, sólo para regresar ahora de su descanso familiar veraniego para censurar la violencia.
Esto es simplemente la última aparición de una llaga purulenta tan antigua como nuestras colinas, tan descuidada como un miembro gangrenado. Sucederán más cosas, eso no lo dudes. Si la respuesta de la estructura del poder consiste en atrincherarse, en aprobar medidas draconianas de orden público e ignorar la raíz subyacente al problema, esto sucederá otra vez, sólo que peor y peor a medida que el tiempo pase.
Si considerásemos a los individuos de una determinada sociedad como partes de una consciencia holística común dispuesta sobre el nivel de la consciencia individual de cada uno, entonces el Ello colectivo de Gran Bretaña acaba de tener un serio arrebato.
Se ha dicho que la violencia es el lenguaje de signos de lo no articulado. Si esto es verdad, y creo que así lo es, ¿entonces cuán más marcadas son las violentas lingüísticas de lo forzosamente enmudecido? Que esta violencia gire de vuelta hacia el lugar desde el que creció, recuerda al odio que hacia sí mismo siente el alcohólico, torturándose por beber en lugar de abandonar el origen de su desgracia.
¿Mediante qué vara de medir podemos juzgar la conducta de esta gente una vez que tenemos en cuenta la naturaleza de nuestra sociedad? ¿Qué transgresión podemos adjudicarles que no se origine en nuestra propia conducta, negligencia o descuido? ¿No tener un sentido de la comunidad? ¿No tener una brújula moral? ¿Desear lo que no se han ganado? ¿Tomar lo que no les pertenece? ¿Explotar las debilidades de otros mediante la violencia? ¿Oportunismo? ¿Gula? ¿Ignorancia? ¿Hipocresía? ¿Locura? ¿Dónde podemos dibujar la línea que distingue sus acciones aquí de nuestra conducta colectiva como sociedad aquí y en incontables lugares lejanos?
Sean cuales sean los motivos conscientes o las intrigas subyacentes, la metáfora de estos disturbios son el verdadero mensaje, un mensaje que sólo podemos ignorar o minimizar bajo nuestro propio riesgo.
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