'Irás y no volverás'
Las costuras del Estado de las Autonomías estallan por todas partes ahora que se ha acabado definitivamente el dinero con el que regar la molicie en la que hemos estado viviendo.
Lo que ha hecho el presidente de la Generalitat ha sido llamar a la rebelión. Ha invitado a todos los dirigentes autonómicos a pararle los pies al Gobierno, a resistirse a las medidas dictadas desde Madrid, a no aplicarlas o a paralizar sus decisiones recurriéndolas ante el Tribunal Constitucional con el argumento de que invaden sus competencias.
Y lo ha hecho porque puede, porque en esta España descoyuntada es perfectamente posible traducir en hechos una convocatoria de esta naturaleza. Esa es la realidad en la que tiene que actuar un Gobierno español -éste o cualquiera- que puede tener una sólida mayoría parlamentaria pero nunca llegará a tener en sus manos las riendas del país.
En lo dicho ayer por Artur Mas en el parlamento catalán está la clave de la profunda debilidad de esta distribución del poder político que, legislatura tras legislatura, hemos ido considerando lo propio de una democracia tan avanzada y tan requetemoderna como la nuestra.
Un modelo por definición inacabable, el adjetivo que tantas satisfacciones ha proporcionado a los sacerdotes de la descentralización infinita, a las vestales de la cesión de competencias por la vía de irás y no volverás, a los adoradores de una supuesta dignidad política que, sin que nadie se haya atrevido durante años a discutir tal dogma, sólo podía mantenerse viva si era alimentada a base de autonomía y más autonomía. Cuanta más mejor.
Y este es el resultado: no sólo está Cataluña con sus amenazas. Está también Andalucía, que ha decidido no bajar el sueldo a sus funcionarios porque ya les tiene que quitar una paga extra. Y está Asturias, y el País Vasco, y Canarias, que pondrán unas medidas en marcha y otras no, según les cuadre. Y están algunas del PP, que también se han revuelto contra el Gobierno aunque no han llegado a desobedecerle.
Esta es la España real, la que se ve desde los mercados y desde los centros de poder de la UE. Es un paisaje nacional atravesado de grietas. Con esa fotografía, es de ilusos exigir confianza a los demás. No damos motivo.
Y lo grave no es que se critiquen las decisiones del Gobierno. Razones hay de sobra para hacerlo, por sus torpezas, sus descuadres clamorosos como el de hoy, y sus nulos resultados.
Lo grave es que, por acertadas que éstas fueran, España no puede garantizar ni ante Europa ni ante los inversores que cumplirá lo comprometido. Sencillamente porque, como cualquiera puede comprobar con sólo abrir los periódicos, a lo mejor resulta que las autonomías no se dejan.
Los manguerazos de euros suministrados por la Administración para evitar que comunidades hoy levantiscas dejaran de pagar sus nóminas, como ha ocurrido en junio con Andalucía, no computan aquí en términos de obligaciones recíprocas. Aquí lo que computa es lo de la invasión de competencias. Así nos va.