En dos años estaré jubilado tras 37 de servicio; vocacional y comprometido desde mis inicios, adaptándome a cambios por los que la enseñanza ha ido pasando en pos de una hipócrita búsqueda de calidad; y en este mes de julio compruebo una vez más que mi indignación vuelve a tocar techo tras la reciente Instrucción de la Consejería de Educación y Deporte de la Junta de Andalucía que, con una absoluta desconsideración hacia el docente, se va a imponer para el próximo curso. No daba crédito a lo que se estaba cociendo al mismo tiempo que paradójicamente actuaba como vocal en el concurso oposición, acto que para mí pasaba a ser una acción falaz descortés valorando capacidades por unos puestos ya con poca razón de ser. Recientemente he dejado mi plaza definitiva en un instituto como profesor de Francés, y he concursado ilusionado con el aprobado nuevo proyecto en Primaria para la adquisición de idiomas; sin echar a rodar siquiera, me encuentro ahora que he perdido lo que tenía y he ganado una situación desbordante que no me provoca más que decepción e incertidumbre, sobre todo cuando leo en dicha instrucción que las medidas que se adoptan están destinadas a luchar contra el fracaso escolar; sumo además la obviedad de que los centros van perdiendo aulas, y por ende profesores; en el que trabajo actualmente, perjudicados por la eliminación continua de un curso por año, se constata que para el próximo será el tercero; consecuencias: compañeros no especialistas ven mermadas sus posibilidades y yo deberé atender a casi trescientos alumnos a los que he de dar los mismos contenidos de Francés pero en una sola sesión semanal, al mismo tiempo que he de completar el horario asumiendo otras áreas como Lengua, Ciencias Sociales, E. Artística y, además, las obligaciones de una tutoría. Pienso en ese ir y venir de un curso a otro, en esa montaña de correcciones, de cuadernos, en las múltiples circunstancias que abordar entre un grupo tan numeroso que atender, la ingente burocracia que cada año nos inunda más y más y que aumenta a medida que aumenta el número de alumnos a nuestro cargo, en cómo tratar con un mínimo de respeto a niños con necesidades educativas, a esos otros con capacidades diferentes, en informar con fundamento a los padres de niños tutelados o no, en cómo tutelar con la responsabilidad requerida a los niños del grupo que me corresponda… ¡Y se me pedirá, además, calidad! ¿Cabe mayor despropósito?